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AIQS
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el cargo y no lo dudé ni un segundo: para mí fue una
satisfacción enorme poderme sumar a este gran
proyecto, por la gran admiración y aprecio que tengo
tanto al IQS como a la Compañía de Jesús.
Ahora que puede verlo con perspectiva, ¿fue una
buena decisión?
Sí, no echo de menos nada de mi etapa profesional
anterior. Todo lo que hago en el IQS me llena de
satisfacción, sobre todo el contacto con las personas.
Este trabajo me da la posibilidad de conocer a
muchísimas personas de perfiles muy variados, y
muy enriquecedoras: profesores, investigadores,
estudiantes, profesionales de un amplio abanico de
empresas, de otras universidades, de instituciones
científicas... Es un universo mucho más amplio que el
que encuentras en la empresa convencional industrial.
Pero supongo que también debe de haber momentos
difíciles.
Mi función aquí es contribuir a dibujar el futuro de
la institución, lo cual se crea tocando muchas teclas
diferentes, gestionando ideas, proyectos, personas y
recursos materiales. Es un trabajo que exige mucha
dedicación, esfuerzo y proactivitad. De hecho, mi
jornada laboral en el IQS empieza a primera hora
de la mañana y no termina hasta las ocho y media
de la tarde, pero, ahora mismo, no sabría hacer
otra cosa.
¿Qué le gusta hacer cuando sale del
universo IQS?
Me gusta mucho leer libros del mundo de la
economía y del mundo científico, viajar y
pasear.
Usted estudió en el
IQS a inicios de la década
de los 80. ¿Cómo diría que ha
cambiado la escuela en estos treinta
años?
Ha cambiado muchísimo en cuanto
a la estructuración de los estudios,
los contenidos, la duración y el
método de calificación. Antes, la
evaluación de los alumnos se
hacía únicamente a través de
“IQS es la conjugación de
tres valores: la persona, la
ciencia y la empresa; siempre
con la palabra ‘persona’
por delante de todo”