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Algunos comentarios sobre la 36a Congregación General de la
Compañía de Jesús
El día 2 de octubre empezó, en
Roma, la 36a Congregación General
de la Compañía de Jesús. Se trata
de una reunión extraordinaria (en
más de 450 años se ha celebrado 36
contando ésta) de 212 jesuitas de todo
el mundo, escogidos por votación
de los miembros de la Compañía
de Jesús de cada país o región, de
acuerdo con una proporción según
el número de jesuitas de aquel
territorio. De España, han ido siete,
entre los cuales hay un de Cataluña,
el P. Llorenç Puig, miembro del
patronato del IQS. San Ignacio previó
la convocatoria ordinaria de una
Congregación General para elegir
el Padre General (con palabras de
San Ignacio, el Prepósito General),
pero también prevé que, en algunas
circunstancias concretas, el P.
General la puede convocar para tratar
temas especialmente importantes
para la vida de la orden, puesto
que la Congregación es el órgano
supremo de gobierno de la Compañía
y su único órgano legislativo. Cabe
tener presente también que las
congregaciones generales, después
de dedicar unos días a la elección
del nuevo Padre General, centran la
mayor parte del tiempo a examinar el
estado de la orden y las líneas que hay
que modificar o potenciar, y también
a estudiar las diferentes propuestas
apostólicas—llamadas postulados—,
que provienen de comunidades o
de jesuitas individuales de todo el
mundo.
San Ignacio consideró que el hecho
que el P. General gobernara hasta
su muerte daba más estabilidad a
la Compañía. Esta idea fue una de
las novedades que causó problemas
para que el Santo Padre aprobara
la Orden. Hay que recordar que
en todas las órdenes que existían
entonces el cargo de General tenía
una duración limitada. A medida que
la esperanza de vida fue aumentando,
se presentaron casos de enfermedad
o de envejecimiento que dificultaban
el ejercicio correcto de las funciones
del P. General. Para corregir estas
situaciones, se nombraban padres
vicarios, que asumían algunas
funciones. La 31a Congregación
General, celebrada en 1965, abordó
el problema después del final
angustioso del P. Johannes Janssens.
Se decidió nombrar una comisión de
cuatro personas encargadas de velar
por la salud del P. General y, llegado
el momento, le tenían que aconsejar
que dimitiera por razones de salud o
de edad o, si convenía, se lo tenían
que ordenar. El primer General que
dimitió por este motivo fue el P.
Pedro Arrupe en 1983. Lo sustituyó
el P. Peter Hans Kolvenbach, que
dimitió en 2008 al cumplir 80 años,
y el mismo ha hecho, y por la misma
razón, el que hasta hace pocos días
era P. General, el P. Adolfo Nicolàs.
La dimisión lo tiene que aceptar la
Congregación General, en un acto
protocolario.
Para la elección del nuevo Padre
General, la Congregación tiene que
seguir un protocolo rigurosamente
establecido. Primero tiene que
estudiar el informe sobre el estado
de la Compañía que ha preparado una
comisión nombrada con cuyo objeto.
Entonces tiene que dibujar un retrato
robot de la persona que, en aquella
situación, parece más adecuada
para gobernar la Compañía. Tiene
que tener presentes, sobre todo, las
calidades que san Ignacio puso en
las Constituciones como necesarias
para el Padre General. Leamos las
tres principales, según las palabras
de san Ignacio:
“Cuanto a las partes
que en el Prepósito general se deben
desear, la primera se que sea muy unido
cono Dios nuestro Señor y familiar en la
oración... La segunda, que sea persona
cuyo ejemplo en todas las virtudes ayude
a los demàs de la Compañía... La tercera
se que habría de ser dotado de grande
entendimiento y juicio, para que ni en las
cosas especulativas ni en las prácticas le
falto talento”
. Cómo entenderéis, en
realidad se busca quién, en parecer
de los electores, más se asemeja al
ideal propuesto por el Fundador. El
proceso de selección supone multitud
de diálogos personales para enterarse
de las calidades de los que pueden ser
elegidos, puesto que es casi imposible
que cada jesuita que forma parte de
la Congregación conozca los otros
211 miembros que la componen. De
hecho, puede ser elegido cualquier
jesuita profeso, aunque no esté en el
aula; pero la máxima probabilidad la
tienen los que se reúnen en Roma,
puesto que son allí porque han sido
escogidos por los compañeros de su
país.
Durante los días de la elección
se
considera
muy
importante
encomendar el asunto al Señor,
con
la
plegaria
individual
y
comunitaria, y con la celebración
de la Eucaristía, puesto que no se
trata de elegir el director general de
una multinacional, sino la persona
que tiene que dirigir un grupo de
compañeros que, a las órdenes del
Santo Padre, trabajan en cuerpo y
alma para propagar el evangelio
de Jesús en todo el mundo. Cuando
llega el día de la votación, después
de celebrar la Eucaristía y de un buen
rato de plegaria personal, se procede
a recoger el voto de cada elector.
Para ser el elegido, hay que recibir la
mitad más uno de los votos emitidos.
La persona que resulta elegida tiene
que aceptar el cargo; pero no se hace
efectivo hasta que el Papa no le da
el visto bueno. Inmediatamente
después de la votación positiva, se
comunica el resultado al Santo Padre,
y, un golpe lo acepta, la persona
elegida acontece el nuevo Padre
General y el nombramiento se hace
público. En el supuesto de que el Papa
no aceptara la persona nombrada, se
tendría que proceder a una nueva
serie de votaciones. Una vez elegido
el nueve P. General (será el 31o en
la historia de la Compañía), los
congregados tienen que estudiar las
propuestas que los llegan de jesuitas
de todo el mundo. Este trabajo es muy
laborioso, pero esta vez resultará