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AIQS
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Charla de un ingeniero químico… que no piensa hablar de química
Prólogo:
El pasado 25 de noviembre
de 2016, mi Promoción IQS 1956 fue
invitada a la cena que la AIQS organiza
cada año a los que finalizaron sus
estudios hace 12, 25, 40, 50 y ¡60 años!
Así, nosotros, los de la Promoción
1956, éramos los más viejos y nos
obsequiaron con un magnífico
aperitivo y una exquisita cena.
El encargadodeagradecer tanemotivo
acto fue —como siempre— nuestro
compañero Juan Verdura, quien, por
un triste motivo, no se vio con ánimo
para asistir al acontecimiento y me
pidió si podía substituirlo. Sin dudar
un momento, acepté.
Una vez en frío,me di cuenta de enqué
lío me había metido, ya que, aunque
siempre me ha gustado escuchar,
pocas veces he hecho de orador. Por
ello, cuando al finalizar el acto Lidia
me pidió que le grabase mi charla, le
respondí que no era posible, ya que lo
quehabíahechohabía sido improvisar
sobre la marcha —aunque para evitar
despistes me había preparado una
chuleta de las de antes.
Como disponía de poco tiempo
para expresarme, antes de empezar
intenté hacer entender a los oyentes
que lo que iban a oír no sería más que
la cumbre de un iceberg, desarrollado
más con el corazón que con la mente.
Ahora, con todo, voy a intentar
escribir lo que dije aquella noche,
que para mí se ha convertido en
inolvidable —cosas de la edad,
supongo.
¿Por qué me decidí por el IQS?
En realidad, desde pequeño, mi
inclinación fue la medicina, pero, a
medida que acababa el bachillerato,
me di cuenta de que sería incapaz de
superar la trayectoria trazada por mi
hermano mayor, que, por desgracia,
se fue abajo debido a su fallecimiento
prematuro a los 19 años, ya en
primero demedicina. Yo aún no había
cumplido los 6.
Buscando opciones y poco antes de
mi “examen de estado”, ya me había
decidido por el IQS, principalmente
porque
ingresar
con
numeros
clausus
me aseguraba unas aulas
no masificadas (donde no sería un
número) y, sobre todo, unos sistemas
de
enseñanza
verdaderamente
superiores a los de la España de los 50.
Y aquí vino mi primer gran disgusto:
acabé el bachillerato en la primavera
de 1951 y, en poco más de dos meses,
intenté asimilar lo que otros habían
hecho en casi 12.
La lista cerrada me jugó una mala
pasada y en septiembre no pasé la
eliminatoria por cinco plazas, por
lo que tuve que realizar el curso
entero para ingresar con buen
número el septiembre del 52. Con
el tiempo, pensé que el disgusto
inicial me había propiciado un curso
de ingreso mucho más tranquilo y
unos conocimientos más profundos,
al obtener una buena calificación
que supuso que mis cuatro cursos
siguientes fueran mucho más
llevaderos.
Aquí dejo de hablar de mis estudios
y paso a considerar que mis
profesores de entonces me llevaron
a obtener buenas calificaciones en
los cursos siguientes, al obtener un
sobresaliente con el proyecto de fin
de carrera que diseñé junto a mi buen
amigo Quico Rovira Escorsa.
Mi iceberg tiene tres cumbres:
DR. RIBOSA, PROF. MASALLES Y
PADRE MONTAGUT, SJ
Dr. RIBOSA:
Para mí, fue el héroe