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CRÓNICA DE UN CORREDOR DE FONDO
POR LOBOBUENO
En la salida de la media maratón de Ripoll Arcadi me
recuerda que no había publicado todavía mi crónica de la
maratón de New York. La verdad es que llevaba tres días
distraído pensando en qué es lo que me llevaba hasta la
línea de salida de esta media maratón sólo dos semanas
después de correr la maratón de New York.
¿Por qué después de New York me había apuntado a
Ripoll si, como decía mi entrenador Jordi, “no tocaba”?
¿Por qué ayer había preparado de nuevo la ropa de correr
si lo que necesitaba era dormir y descansar del maratón?
¿Por qué un domingo por la mañana había conducido
100 kms hasta Ripoll si me dolía la cabeza?
¿Por qué estaba esperando al disparo de salida si hacía
frío y llovía?
En un instante me lleno de preguntas y la señal de salida
de la media maratón no permite ninguna respuesta.
Mientras corro voy recordando la muy reciente maratón
de New York.
Recuerdo el viaje hasta la ciudad de New York y la
fiesta de apertura de la Maratón a escasa media hora
de nuestra llegada. Recuerdo los fuegos artificiales y
nuestro júbilo al ritmo del “New York, New York” que
popularizó Frank Sinatra, expresando nuestros deseos
de triunfar «en la ciudad que nunca duerme». Recuerdo
nuestra cena en aquel restaurante donde los cantantes
hacen de camareros y nos sirven comida y canciones de
moda. Recuerdo al día siguiente la buena organización
de la feria del corredor… Pero sobretodo recuerdo la
Maratón. Después de 17 maratones y algunas muy
especiales como la de París, Berlín y el Sahara… esta fue
realmente diferente.
Me desperté como siempre nervioso. Muy nervioso. Para
Arcadi era la maratón 12 de esta ciudad y se despertó
mucho más templado y compensó mi tensión hasta
llegar a la 8ª con la 38, donde nos esperaba Alvar.
Fuimos los tres andando a tomar el autobús de la
organización. Todavía estaba oscuro pero los negocios
estaban abiertos. Recuerdo un McDonalds que parecía
un casino.
Llegamos a la zona de autobuses y rápidamente subimos
a uno. En el trayecto se cruzaban los autobuses de ida
con los de vuelta de Staten Island. Por deformación
profesional calculé que se necesitaban unos 400 viajes
de autobuses, teniendo en cuenta los atletas que
éramos, los que irían por Ferry y la capacidad de los
autobuses.
La zona de salida era inmensa. Sólo hay que
imaginar a 50.000 corredores, voluntarios, policía,
organizadores,… que formaban una verdadera pequeña
ciudad alegre e ilusionada. La felicidad se veía en todas
las caras, se oía en todos los idiomas y se sentía en cada
sonrisa. Había tiendas con diferentes posibilidades de
desayuno que ofrecía la organización. Incluso con el
Donut te daban un gorrito naranja para protegerte del
frío.