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Aunque tenía asignada la zona azul, me retrasé a la
naranja con mis compañeros Arcadi y Alvar. Me alegro
de haber compartido aquella salida con ellos, bailando
“New York, New York” hacia el punto donde iba empezar
la aventura. Imagino que todos sentíamos lo mismo:
alegría, nervios, excitación, un nudo en el pecho,
felicidad…
Salimos a correr y corríamos libres por las calles de
New York. El Puente Verrazano Narrows se inundó
de corredores que cerraban el tráfico en lo que se ha
convertido en el símbolo más representativo de la
maratón. A la salida del puente nos esperaban dos
millones de neoyorquinos que estaban allí por nosotros.
No pude remediar el acercarme a ellos para saludarles
“chocando” sus manos. Ellos te ofrecían de forma
espontánea caramelos, agua, fruta, geles… Me emocionó
y la emoción no me abandonó en toda la carrera. Cada
kilómetro tenía una sorpresa esperando, bandas de
música, carteles emocionantes, anécdotas, gritos de
ánimo… Las recuerdo todas.
Alvar y yo nos habíamos propuesto ir juntos a ritmo de 5
min/km pero yo me aceleraba demasiado. Él frenaba mi
“efecto gaseosa” hasta ir ajustando el ritmo poco a poco.
Compartimos kilómetro a kilómetro, desde Brooklyn
y acto seguido por Queens. Recuerdo especialmente el
puente Queensboro, que atraviesa el río para llegar a
la isla de Manhattan. Aquí no había público ni ánimos.
Sólo había espacio para corredores y sus pasos. El
único momento de recogimiento. Nos encontramos a
Isaías que nos dijo: “Ahora alucinareis…”. A la salida
del puente se empezó a oír un murmullo creciente que
estalló en una curva llena de gente animando hasta que
te saltan las lágrimas y las piernas recuperan su frescor.
El trayecto tomó entonces rumbo norte por la Primera
Avenida y transcurrió brevemente por el Bronx. En el
kilómetro 30 decidí dejar ir a Alvar que iba más fuerte.
Yo preferí no apretar demasiado y pagar 10 minutos por
unas buenas sensaciones que pudiera recordar.
Retornamos a Manhattan por la Quinta Avenida en
una subida de tres kilómetros suave pero constante
que te deja mal herido. Es el momento que deseas
ver aparecer Central Park y cuando aparece lamentas
que esté llegando el final, pero lo mejor estaba
por llegar en la meta. Al cruzar aquel arco y ver la
alegría de los voluntarios me sentí un héroe. Las
palabras de los voluntarios me rodeaban: “welcome”,
“congratulations”, “good job”, “nice work”… y lo
decían con la alegría del recibimiento de un amigo. Me
dieron la medalla con un chocar de manos y me pusieron
un poncho naranja con un abrazo.
El resto del día fui en una nube. La gente por la calle al
ver mi medalla me saludaba y me felicitaba. Un chico
vino corriendo a felicitarme. Escribiendo esto me vuelvo
a emocionar y me es imposible escribir todo lo que sentí.
Creo que la letra de “New York, New York” expresa lo
que sentimos:
«Empezad a extender la noticia: me voy hoy (a Nueva
York), quiero ser una parte de ello. Mis zapatos de
vagabundo están deseando cruzar su corazón. Quiero
despertar en la ciudad que nunca duerme y sentirme el
rey de la colina, en la cima del éxito. Mis tristezas de
pueblo pequeño se esfuman... Si puedo conseguirlo allí,
lo puedo conseguir en cualquier parte».
¿Qué hacía en la salida de la media maratón de Ripoll?
¿Qué me impulsa a correr?... Volver a sentir lo que siento
desde mi primera carrera en 1985 y que sentí más fuerte
en New York. Sentirme bien conmigo mismo. Sentirme
un héroe para mí… otra vez.