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Opinió personal
Opinión personal
Personal opinion
Escribía el obispo Pere, el 24 de
marzo de 2005, en el veinte-y-cinco
aniversario del martirio de Mons.
Romero:
“Tenías razón, y por esto queremos
celebrar también con joya pascual.
Has resucitado en tu pueblo, que
no permitirá que el imperio y las
oligarquías continúen sometiéndolo, ni
se dejará traer por los revolucionarios
arrepentidos o por los eclesiásticos
espiritualizados. Y resucitas en este
pueblo de millones de soñadores y
soñadoras, que creemos que otro
mundo es posible y es posible otra
Iglesia. Porque así, como va hoy,
hermano Romero, ni el mundo va, ni
va la Iglesia”.
(
Carta abierta al hermano
Romero a Cartas marcadas, pág. 320. Ed.
Claret. Barcelona, 2007
).
El día siguiente de la muerte del
obispo Romero, día 25 de marzo de
1980, bastante antes de recibir la
Carta póstuma que hemos transcrito
y reflexionado, Pere Casaldàliga
escribía en su diario, al enterarse del
asesinato:
“Ayer murió, mataron, a Dom Óscar
Romero, el buen pastor del Salvador.
Mientras celebraba la Eucaristía. Su
sangre se ha mezclado por siempre
jamás con la sangre gloriosa de Jesús
y con la sangre, todavía profanada,
de tantos salvadoreños, de tantos
latinoamericanos.
Romero, flor de una paz que parece
imposible en esta sufrida América
Central.
La impresión que se tiene, sin lugar a
dudas, es que lo ha muerto el Imperio. Su
muerte es una muerte a sueldo, a divisa,
a dólar. Era demasiado poderosa y libre
su voz, y había que apagarla. Él lo sabía,
y estaba preparado para este sacrificio.
Ha sido en la vigilia de la Anunciación.
El ángel del Señor se ha anticipado para
anunciar, con esta muerte, la llegada
de un tiempo de vida para el Salvador,
para la América Central, para todo el
continente. San Romero de América,
pastor y mártir nuestro. Clara lección
para todos los pastores...
No es posible que el Dios de los pobres no
recoja esta oblación”.
(Cfr. Pere Casaldàliga.
Una vida en
medio del pueblo. pág. 305-306
)
2. Una ‘visita espiritual’
Creo necesario, tras haber visto
las imágenes de miles y miles de
personas en la beatificación de
Mons. Romero, de hacer memoria
de esta visita del obispo Pere. Era en
Septiembre de 1985, ya al final del
viaje de Pere en la América Central
para solidarizarse con y unirse al
ayuno del jesuita Miguel de Escoto
en Nicaragua. A raíz de la invitación
de Jon Sobrino, visita brevemente
la tumba de Romero y comparte
con aquella iglesia de catacumbas.
Jon Sobrino y otros compañeros
jesuitas –a los cuales muestra todo
el agradecimiento por su presencia
transformadora,
empezando
por Ellacuría y compañeros y
compañeras mártires- le esperaban
en el aeropuerto, y lo acogieron
y acompañaron durante su breve
estancia. Simplemente, transcribo:
“Llegado al Salvador, la primera
visita tenía que ser a san Romero: “El
Hospitalito” de la Divina Providencia,
con el altar de su sacrificio en el Sacrificio
de Jesús; la catedral, con su sepulcro.
Era visitar un santuario, palpar reliquias.
Fue un día de romería pastoral y
latinoamericano. Yo, como tantos otros,
como millones, le debo de a monseñor
Romero el testigo de su vida, sus homilías,
su fidelidad heroica en el Evangelio y en
el pueblo hasta el final.
(...) .
Visitamos rápidamente el refugio
de la basílica, y detenidamente, con
celebración, el refugio Domus Mariae.
Los “refugios”, en el Salvador, son
una
experiencia
inolvidable,
de
hacinamiento, de reclusión contenida,
de dramática espera. Los niños se me
colgaban del cuello, me abrazaban las
rodillas; los hombres me saludaban con
reverencia cuando sabían que yo era un
obispo, pero cuando sabían que, además,
era “un amigo de monseñor Romero”,
me abrazaban con efusión. Las mujeres
lloraban (llorábamos, a veces, todos un
poco).
Parientes
de
asesinados,
de
desaparecidos, de presos políticos;
cristianos la fe de los cuales está sometida
a una prueba extrema: salvadoreños sin
ninguna salida aparente al alcance.
(...)
Atravesamos la plaza de Rosario,
pasamos por su iglesia, todavía