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angustias y sus reivindicaciones el
pueblo estimado pide una atención
y una proximidad en este pueblo
que verdaderamente se ve poco en
nuestra iglesia de Occidente. Más
bien la impresión es que tenemos
miedo, miedo de la gente, miedo del
pueblo,miedode implicarnos,miedo
de quererlos con el que implica esta
opción. Y sabemos que el miedo
no es fruto del Espíritu, que es
paralizador, que encadena la libertad
de pensar, de hacer, de rogar desde
el más profundo. Compartir día a día
las angustias…, y compartir también
las reivindicaciones del pueblo:
estas reivindicaciones que empiezan
por el respeto esencial a la dignidad
de todos y todas… Son palabras del
papa Francisco:
“Cualquier comunidad
de Iglesia, en la medida en que pretenda
subsistir tranquilamente, sin ocuparse
creativamente y cooperar con eficiencia
porque los pobres vivan con dignidad
y para incluir todo el mundo, también
correrá el riesgo de la disolución, aunque
hable de temas sociales o critique los
gobiernos. Fácilmente acabará sumida
en lamundanidad espiritual, disimulada
en prácticas religiosas, con reuniones
infacundas o con discursos vacíos”
(
La
Joia de l’Evangeli
, núm. 207). Se nos
indica un camino pascual desde la
paralización del miedo y la falsa
seguridad hacia la Joya del Evangelio.
Bien al contrario, a Mons. Romero,
este pueblo estimado y buscado “lo
hizo santo”: porque el amor y el
respeto por los pobres, perseguidos,
torturados,
asesinados,
lleva
a Romero a una infinidad de
constantes y pequeños grandes
gestos de cada día –de acompañar, de
consolar, de denunciar, de colaborar
con familias y comunidades, de
abrir espacios de acogida…–. Con
unos caminos de generosidad, de
servicio, de claridad y valentía
en la denuncia, de referencia
constante al Evangelio, a la muerte
y resurrección, a la doctrina social
de la Iglesia, que transforman toda
su vida en una vida santa, en vida
totalmente dada, en generosidad
total hasta el martirio. Y por aquí
debe de ir la invitación que nos hace
esta beatificación de santo Romero
que hemos celebrado este mayo del
2015: a recordarnos algunas señas
de nuestra identidad eclesial que con
tanta facilidad perdemos de vista.
“Y (este pueblo) lo declara santo desde
su muerte-martirio y lo declara santo
sobretodo en la catedral-catacumba de
San Salvador”.
De hecho, el obispo Romero ha
sido proclamado santo desde hace
35 años a la mayoría de plazas del
Salvador, de la América Central y
de la América Latina, en sus barrios
pobres y en sus favelas y en sus
pequeñas comunidades de base, y
en tantas comunidades cristianas y
humanas de la Tierra.
Pero la catedral de San Salvador,
que ha sido durando tantos años,
ante la represión, catacumba,
refugio, lugar de alimento de la fe y
la lucha al servicio del Reino, y que
ha sido realmente una catedral del
pueblo, porque hay san Romero del
pueblo, es un lugar especialmente
sacramental: del testigo fiel unido,
en la muerte y la resurrección al
testigo fiel.
Es bueno de recordarlo y celebrarlo
ahora, cuando sentimos algunas
voces
interesadas
a
hacer
desaparecer la
conflictividad
del
hermano obispo Romero. Ante
una cierta iglesia temerosa y
aferrada al poder; ante un imperio
y sus cómplices que lo asesinó
-a él y a tantos miles de mártires
salvadoreños,
centroamericanos,
latinoamericanos y que ahora dice
que era una buena persona para
América…; ante todos nuestros
miedos y cobardías. ¡Gracias, sant
Romero de América!
Conclusión
Hemos celebrado dichosamente
la beatificación de este santo. Con
muchas personas que de todas
partes se acercaron al espacio donde
el pueblo había sido disparado por la
Guardia Nacional una y otra vez, que
Romero había pisado y desde donde
había denunciado y anunciado con
voz serena y firme. Que este gesto
eclesial no sea uno querer hacer
perder vigor a la voz proféticamente
santa de Romero que se hacía voz del
pueblo. Sino que sea altavoz de las
causas de Romero, de las causas de
los pueblos pobres e injustamente
oprimidos, de la Causa del Reino de
Dios.
Que mantengamos Mons. Romero
-como nos recuerda Jon Sobrino,
hablando de la dimensión martirial
de la experiencia espiritual de Pere
Casaldàliga– y que mantengamos
todos estos mártires al servicio
del Reino en el lugar que los
corresponde:
• Mirándolo(s) con una mirada
limpia por respecto a la entrega
de su vida.
• Situándolo(s) bien en la tierra:
junto a los pobres y las víctimas.
• Situándolo(s) bien en el cielo:
junto a Jesús de Nazaret, tal como
él fue y actuó.
• Situándolo(s) bien entre noso-
tros: como modelos y como
intercessores.
(Cfr. AA.VV. Pere Casaldáliga.
p.124ss. En el artículo de Jon
Sobrino La causa de los Mártires,
pág. 119-137. Ed. Nueva Utopía.
Madrid 2008).
Acabamos recuperando, un golpe
más, el poema-plegaria-manifiesto
del obispo Pere a: